El carbón como mineral estuvo bajo tierra millones de años pero fue a fines del siglo XIX cuando el desarrollo industrial necesitó, para ferrocarriles, motores de explosión, siderurgia, etc., de su explotación y su extracción al exterior.
La minería del carbón de Asturias fue, sin duda alguna, responsable de una de las más densas redes ferroviarias nacionales. Desde las vías anchas del Ferrocarril del Norte, que comunicaban Asturias y sus puertos con la meseta, a las redes comarcales de vía métrica (mineras y de viajeros), o los angostos carriles mineros de las bocaminas a cargaderos, había pocos valles del corazón de las cuencas asturianas que no sintieran el resoplido de las locomotoras de vapor y el chirriar de vagonetas entre los verdes prados astures.
El valle de Turón no se salvó de la vorágine minera de finales del siglo XIX. En 1890 un grupo empresarial vasco, liderado por Víctor Chavarri, uno de los magnates minero-ferroviarios del cambio de centuria, fijó su interés en este recoleto valle y lo puso patas arriba.
Se calaron múltiples pozos y, para sacar el carbón hacia el valle del Lena (eje vertebrador de todo el transporte en el corazón de Asturias), se tendió una curiosa red ferroviaria. La primera parte de la misma, desde Reicastro hasta La Cuadriella, donde se instaló el principal lavadero de carbones del valle, se cubrió con un ferrocarril de vía de ancho ibérico (1,66 m). Desde La Cuadriella hasta casi el pie del puerto de La Colladiella fueron pequeños trenes, de 60 cm de ancho de vía, los que culebrearon entre el río, las quebradas del monte y los pozos mineros para mover, durante décadas, millones de toneladas de esa piedra negra que arde: el carbón.
En el Valle del Turón llegaron a estar activas 200 minas o bocaminas entre 1940 y 1960. Llegó a ser el valle con mayor densidad de minas. En 1960 solo la empresa Hullera del Turón contabilizaba 6400 trabajadores.
Pero la reconversión industrial y las exigencias de la UE llevaron desde 1992 a cerrar explotaciones carboníferas en toda Asturias, y este valle no fue una excepción. En veinticinco años se cerrarían todos ellos, siendo el último el Pozo Figaredo en 2017.
La minería transformó el paisaje, los ríos, la economía de la zona y a sus habitantes y su forma de vida. Pero también el trabajo en la mina dejaba graves secuelas en la salud e incluso en la propia existencia de los mineros. Cientos de ellos murieron a lo largo de la historia en accidentes y otros muchos quedarían lesionados o mutilados.
Hoy la actividad industrial ha decrecido y la minería del carbón prácticamente ha desaparecido. El carbón como fuente de energía contaminante está en desuso y sus valles se despueblan. Sólo se mantienen estos pozos mineros como restos arqueológicos y turísticos de lo que fue la industria y las duras formas de vida de sus trabajadores.
Iniciamos la marcha un poco más abajo de la mina Figaredo, en la que todavía quedan pintadas sindicales de UGT y CCOO, y en la que a la vuelta veremos máquinas derribando parte de sus edificaciones.
La marcha tiene escaso desnivel y tras atravesar varias poblaciones siguiendo al principio un camino asfaltado paralelo a la carretera, pasamos al lado derecho del río y recorremos una zona con mayor encanto natural.
El recorrido cuenta con numerosas minas y bocaminas, chimeneas, torres o castilletes, carteles explicativos y muchas máquinas y piezas ferroviarias como si se tratase de un museo al aire libre: rozadoras, vagonetas, tolvas, locomotoras.
Al fondo del valle llegamos al Pozo Fortuna. Un pozo que no es famoso por su extracción mineral sino por la represión de la dictadura del general Franco tras la sublevación y la guerra civil.
En 1931 se inició este pozo vertical, pero al principio de la guerra civil aún no se había comenzado a explotar. Y entonces se utilizo como una de las principales fosas comunes durante la guerra y en los primeros años de la dictadura franquista. En sus 30 metros de profundidad fueron arrojados entre 300 y 400 cuerpos traídos en camiones desde las poblaciones próximas.
Sepultado y cerrado no fue descubierto hasta principios del siglo XXI. En el 2005 se colocó un monolito del escultor Juan Luis Varela. También una serie de poemas de varios autores sobre la libertad y amor a la vida en varios idiomas y su traducción al bable.
Hoy comprendemos mejor la necesidad de recordar toda la historia, incluida, sobre todo para los familiares, la de la represión ejercida por los sublevados tras la guerra, sobre quiénes la perdieron defendiendo un Gobierno y una República legítimos.
El regreso acalorado tras leer algunos carteles explicativos y también por un día muy soleado, lo hacemos por el camino asfaltado paralelo y cercano al cauce del río, pasando por otros pozos, minas y torres.
Una ruta cuyo interés no es la naturaleza, para eso las rutas de hace un mes en el Parque de Redes, sino los restos de la actividad minera y su historia.